En muchas ocasiones he reivindicado el carácter técnico de la profesión. El día a día me ratifica y ofrece sangrantes ejemplos.
Nombres eufemísticos solapan el arte y antiguo oficio de la venta, como el término teleoperador o teleoperadora, que viene englobando una serie de posiciones donde lo principal que se desarrolla es la venta.
Recientemente, recibí la llamada de mi compañía de teléfono para ofrecerme un paquete más amplio que sumaba al ADSL un pack de televisión.
Al otro lado del teléfono se escuchaba un barullo más propio de un bar que de una empresa de servicios.
La teleoperadora que me atendió no conocía las técnicas básicas de la venta. No practicaba la escucha, limitándose a leer, de manera antinatural, un guion escrito. En tres ocasiones interrumpió la llamada para consultar cuestiones de la oferta que desconocía.
Experiencia: Fatal. Resultado: No Venta.
No vuelco responsabilidad alguna en mi interlocutora. Entiendo que es una demandante de empleo buscando una manera honrada de ganarse la vida. Pero no son iguales mis sentimientos hacia la empresa que la ha contratado (o eso quiero pensar) y la ha soltado sin una adecuada formación y sin ofrecerle la posibilidad de comenzar a amar el oficio de "vendedor".
Al amparo de la subcontrata de servicios, están proliferando empresas que se aprovechan de la ilusiones de jóvenes, que con salarios bajos, alta rotación y formación nula, se van quemando y llevándose una imagen equivocada de lo que es vender.
Por favor, que no engañen en las ofertas de trabajo. Por favor, que ofrezcan una formación cualificada para el desempeño. Por favor, que generen espacios y puestos de trabajos dignos. Todo lo demás, es basura.