Cuando mejora el tiempo, apetece salir. El pasado domingo, mientras mis hijos patinaban en el parque, me encontré con un antiguo compañero del colegio.
Hacía bastante tiempo que no lo veía. Tras comentar varios recuerdos y hablar algunas cuestiones personales, le puse al día de la actividad profesional que desarrollaba y le devolví la pregunta maldita: ¿Y a tí como te va? Digo lo de maldita, porque generalmente suele ir seguida de quejas y lamentaciones. Pero mi amigo sonrió.
Con agrado me contestó que seguía regentando el antiguo supermercado de barrio que abrió su padre en la década de los 60 y que el negocio le marchaba francamente bien.
Alabé el mérito de haber sobrevivido a la proliferación de las grandes superficies y cadenas de supermercados, así como los establecimientos orientales y los de descuento duro.
Mi amigo volvió a sonreir y me dijo que su padre le había enseñado una frase: "Mientras los demás lloran, nosotros vendemos los kleenex".
¡Buena filosofía!
Para vender esos pañuelos habían establecido un horario comercial más agresivo en festivos. Tenían secciones de productos frescos y se habían unido a grupos de compra para lograr precios más competitivos.
Al día siguiente, coincidencias de la vida o de la inteligencia artificial, Facebook me recomendaba que siguiera la página del establecimiento. No lo dudé.
En su portal: Quesos viejos zamoranos se anunciaban a buenos precios. Miel comprada en origen servían también de reclamo cuando se acercaba el tiempo de las torrijas junto al bacalao de cuaresma, y así, un sinfín de ofertas con fotos atractivas.