Vivimos en un mundo antagónico.
Al igual que ocurre en las competiciones deportivas, no todos los vendedores disponemos de las mismas habilidades.
El vendedor sprinter es fácilmente motivable. Su proactividad inicial es bárbara y cuando inicia un desempeño genera bastantes expectativas. Se ilusiona fácilmente y está inicialmente abierto a todos los cambios.
Al vendedor fondista le cuesta más dificultad situarse. Tiene mayor lentitud de aprendizaje y tarda algo más que su compañero en asimilar los nuevos procesos. Conocedor de su situación hay que empujarle al cambio.
Los equipos diferentes y heterogéneos son los que más aportan. Es indudable que en un equipo tiene que haber de todo y que hay que entrenar los puntos débiles para ser más competitivo. Ahí radica la importancia de disponer de buenos directores de equipo que sepan sacar el máximo desarrollo de cada uno de sus colaboradores.
Al sprinter se le empieza a complicar la vida cuando hay que mantener unos comportamientos similares de manera prolongada en el tiempo: mismas rutas, mismos objetivos, mismos clientes, mismo escenario. Tiene que potenciar hábitos saludables que le permitan mantener idénticos niveles de eficiencia en el tiempo.
El fondista sufre cuando los procesos mutan continuamente. Debe pedir ayuda en los inicios y echar a correr a sabiendas de que va a tener que ir corrigiendo algunas de las pisadas de arranque.
En la defensa de ambos perfiles, sería políticamente correcto defender una postura ecléctica, pero me defino claramente hacia el vendedor de fondo.
La constancia, sus hábitos saludables: perseverancia, autodisciplina, confianza y tenacidad son valores premiados en el mundo comercial. Esta figura constituye un valor seguro, con unas necesidades muy definidas y con una "prima de riesgo" reducida.
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