El exceso de burocratización



Dicen que abrieron en una pequeña población y al pie de la carretera una casa de lenocinio. Con impactantes neones en llamativos colores, se publicitaba despertando el interés de los vecinos del pueblo.
Se acercó a visitar el establecimiento uno de los lugareños más atrevidos.
Al abrir la lujosa puerta de entrada del club de alterne observó tres puertas cerradas. En cada una de ellas había un rótulo: “Rubias” “Morenas” “Pelirrojas”. Sorprendido por el moderno sistema y tras rápida meditación decidió abrir la puerta de las “Morenas”.
Tras ello observa con mayor asombro otras tres puertas cerradas: “Complexión fuerte” “Complexión delgada” “Complexión normal”. Giró el picaporte de “complexión normal” y continuó avanzando en aquella laberíntica casa de citas. Más puertas: “ojos claros” “ojos negros” “ojos marrones”. Se decidió por los claros.
Creía aquel señor que no había lugar para mayores sorpresas, cuando tras abrir esa puerta se encontró directamente en la calle. Había ido a parar a la parte trasera y exterior del edificio.
Un vecino suyo que paseaba por allí con su perro lo saludó y aprovechó para preguntarle:
-Oye, que tal está el sitio nuevo.
El protagonista de nuestra historia dudó. Se acarició la sien y contestó:
-Pues mira, putas lo que se dicen putas, no hay ni una. Pero organizados están como ellos solos.

El chiste es ilustrativo del peligro que corren algunas empresas altamente burocratizadas y obsesionadas con sus departamentos, con sus cargos intermedios, puestos de enlaces, observación… de olvidar su razón de ser y objeto del negocio.

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